Descubro ahora (tarde, dirán algunos) que las crisis nunca vienen solas. A la terrible crisis global que vivimos me he unido con la mía particular de los 40, lo que en una de sus consecuencias me ha llevado a tener en barbecho las entradas en este blog. Crisis esta última que, en lo que toca al blog, doy por zanjada con esta publicación.
Y ya sé que comienza a ser un tópico comenzar un post con la manida entradilla “en esta época de crisis…” pero créanme que así debía empezar.
En esta época de crisis en la que tenemos explicaciones diversas tanto sobre sus causas y raíces como sobre las hipotéticas soluciones, parece que en algo sí que coinciden la mayoría de los análisis eruditos: no se trata de una simple crisis económica sino que más bien estamos ante una crisis social y de modelo (tal vez haya sido precisamente la gestión que hacemos de la crisis económica la que nos ha llevado a ésta más profunda y más radical). Y con este planteamiento no es de extrañar que los más miremos hacia los valores, y que tratemos de encontrar en ellos algún tipo de asidero que nos permita hallar el camino en mitad de la tormenta (vaya aquí mi agradecimiento al equipo de Emilio Solís por recordarlo …. y trabajar sobre ello). Pero no voy a hablar de los valores en general, quiero traer uno en particular que, además, puede parecer que va a contracorriente: se trata del bienestar.
Digo lo de a contracorriente porque, lamentablemente, en muchas ocasiones se posiciona el bienestar como el polo opuesto de un continuo que comenzara con el trabajo arduo, riguroso, esforzado y productivo. Más bien al contrario, entiendo el bienestar como un anhelo legítimo que en gran medida me ayuda a ofrecer mi valía y sobre el que individuos e instituciones tenemos una importante responsabilidad.
Hablo del bienestar como un valor ya que puede ser comprendido como una meta estable, a largo plazo, que podemos perseguir para nosotros mismos y que, también, en nuestras diferentes responsabilidades podemos facilitar a aquellos que nos rodean.
El bienestar es entendido como la percepción subjetiva de las personas respecto de su satisfacción con los diferentes aspectos de la vida. Emerge actualmente como una prioridad social y política (la “Comission on the Measurement of Economic Performance and Social Progress” recomienda que los sistemas económicos de medición vayan progresivamente cambiando su foco de la medida de criterios de producción a la estimación de indicadores de bienestar). Y, sin duda, está fuertemente influido por el contexto socio-laboral de las personas.
¡El contexto socio-laboral! ¡Ya salió! Y es que nuestro modelo de trabajo, tanto en lo que tiene que ver con su filosofía (el trabajo es una fatalidad pero no nos queda más remedio que trabajar para vivir) como en aquello que toca con su operativa (la gestión de las personas y, por ende, de su desempeño) corre que se las pela en dirección opuesta al bienestar.
Y para muestra un botón: se estima que entre el 50 y el 60 % de las bajas laborales producidas en Europa están relacionadas con el estrés. Según la encuesta europea de empresas sobre riesgos nuevos y emergentes, el 79% de los directivos considera que el estrés constituye un gran problema en sus organizaciones y el 80% de los profesionales europeos opina que en los próximos cinco años aumentará de manera notable el número de personas que sufrirán estrés (breve artículo de Ángela Méndez al respecto en el periódico Expansión). El dramatismo de la situación es tal que los expertos denuncian que existe un alarmante incremento en el número de suicidios provocados por un entorno laboral enormemente deteriorado. En Francia la estimación más optimista es que 500 personas se quitan la vida anualmente por motivos laborales. Pero el estado de la cuestión parece ser peor: existen entre 200.000 y 240.000 tentativas de suicidio anuales por causas laborales de las que alrededor de 12.000 se consuman (ver la noticia en RTVE).
Vamos, que de bienestar, poco.
Por ello animo desde aquí a comprometerse con el bienestar.
¿Se puede saber qué hacemos para estar tan mal? ¿Qué podemos hacer? ¿Qué está en nuestra mano llevar adelante para ir cambiando el modelo? Ideas son bienvenidas.
A mi modo de ver, como adelanté anteriormente, la cuestión tiene que ver tanto con la filosofía con la que nos planteamos el trabajo …y la vida; como con las prácticas de gestión de las personas que formamos parte de una organización.
En próximos post me aventuraré con ambas cuestiones. No tengo la bola de cristal para dar la respuesta completa, exacta y veraz; pero algo se sabe al respecto.
Por cierto, ¿recuerdan aquello de sociedad del bienestar?